jueves, abril 12

Alleluia, alleluia.

 

Una vez más, los Cristianos, nos renovamos con el gozo que traen las Fiestas de la Santa Pascua. Han pasado ya los días de ayuno, oración y penitencia, los días de la espera, de la escucha atenta de las medicaciones que deben convertirnos; ahora es el tiempo del gozo y de mostrar la verdadera conversión.

 

Que el gozoso y alegre canto del Alleluia no sea sólo un signo más que se quede en eso, en un signo, sino que realmente sea un signo de un cambio sustancioso que se traduzca en buenas acciones; recuerdo vagamente unas palabras del Beato Juan Pablo II (de feliz memoria), dirigidas al clero y fieles de la ciudad de Madrid, cuando tuvo a bien consagrar la Catedral de la Real de la Almudena; les exhortaba a todos a salir a las calles, ser felices, vivir plenamente, vivir coherentemente como cristianos; aún más, en días pasados he tenido el gusto de ver la celebración de toma de posesión de la Sede Metropolitana de Milán por el Señor Arzobispo Angello Cardenal (de la Santa Iglesia Romana) Scola… sus palabras (salvando la que puede ser una mala traducción) “es terrible la actitud pesimista de los Cristianos” que en buena medida tienen que ver con aquél supuesto dicho (en tanto no corrobore quien esto escribe, sea cierto) de Gandhi “me llama la atención el Cristianismo, pero no los Cristianos”.

 

Es cierto, muchas son las cosas negativas, tristes, terribles, sombrías que signan al cristiano hoy en día; no hace mucho justo en los días santos de la Pasión, se me ha presentado la oportunidad de defender mi fe, mi culto, mi rito (el Cristiano Católico Romano Latino) frente a los ataques de los muchos que vagan por el mundo, llamándose “Cristianos” pero sin etiqueta como cual, sólo arguyendo creen y estudian la Palabra de Dios, pero a nada o nadie se adhieren. Su crítica fué tajante y directa contra los sacerdotes, contra aquellos que han traicionado al Señor, justo como lo hiciera Judas en una de las muchas maneras que lo hacen algunos, su convencimiento sobre esta traición era verdadera, incluso infame… tristemente callé (no justificaré mi silencio, sólo lo hice).

 

¿Y es qué, cómo hacerlo cuando realmente los agravantes son verdaderamente ciertos, y hablan más que cualquier otro discurso?… ¡Dios guarde la hora!, pero ese no es el motivo de esta entrada, sino la verdadera y santa alegría que debe estar en todos y cada uno de los Cristianos en estos días. ¿Y si alguno nos pregunta a qué obedece tal alegría?, pues la respuesta no debe ser por nada rebuscada, sino honesta y directa: “El señor ha resucitado, verdaderamente ha resucitado, Aleluya”

 

Pero esta alegría de la que hablo ¿Tiene que ver con la algarabía y la locura que trae consigo cualquier otra noticia como haberse sacado la lotería, o tener un hijo muy deseado, o que gane la selección nacional el campeonato mundial?… no, nuestra alegría la de los Cristianos tiene que ser en principio: verdadera y profunda. Digo verdadera y profunda, no por que las otras expresiones de júbilo no lo sean, si no porque con la Resurrección del Señor se ha consguido la libertad ¿Acaso hay algo mejor que esto? (vale hacer esta pregunta en estos días donde todo se hace invocando la libertad, nada con la verdadera libertad).  En segundo lugar, la alegría del cristiano, debe contagias, debe ir más allá de los eufemismos que han impuestos los medios masivos de comunicación o los clichés sociales, la alegría del cristiano brota del corazón mismo, y es capaz de extenderse aún allí donde hay adversidades y dificultades.

 

Justo ahora cuando escribo estas líneas, el padre de una amiga mía, muy querida, tanto como una segunda madre, una tía, una maestra y una hermana agoniza, se purifica, entregará pronto su alma al Señor. Pues aún en medio de esta incerteza, de esta zozobra, de esta incertidumbre, de esta desesperanza, de este desaliento, de este clima violento y tenso, difícil e insoportable, reina la Paz de Cristo; si esa misma paz que ha traído al mundo, esa que ha dado a sus discípulos el día de la Resurrección… una paz que está acompañada de la alegría verdadera del Cristiano, ¿Y de dónde nace esta paz, de dónde viene esta alegría? Viene del Templo de Dios, de Dios mismo, así como el agua de salvación que emanaba en la profecía de EZequiel.

 

Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado. Aleluya.

No hay comentarios: